Bajo un sol que trepaba por encima de las cornisas antiguas del Centro Histórico, y con ese viento barranquillero que parece soplar recuerdos desde cada esquina, la ciudad volvió a mirarse a sí misma. Esta vez lo hizo a través de los más de 800 participantes que se pusieron la camiseta de “Vente al Centro” para vivir, cámara en mano, la edición 2025 de la Fotomaratón Mira al Centro, una experiencia que enlaza a generaciones enteras alrededor del amor por Barranquilla.
Este año se registró un récord de inscripciones: más de *1.150* personas decidieron vivir esta fiesta de la imagen.
Para Manuel Alzamora, director de la Fundación Mira al Centro, esta edición fue un respiro luminoso dentro del ajetreo cotidiano. Lo conmovió la energía de los rostros nuevos y la fidelidad de quienes regresan cada año. “Mucha gente joven, familias, amigos, parejas… Es muy bonito cuando la excusa es la fotografía para conocer y reconocer la ciudad. Esta Fotomaratón ha unido a muchas generaciones en torno al cariño por Barranquilla”, afirmó.
Las nuevas rutas y el trabajo con los Vigías del Patrimonio marcaron la diferencia: “Ha sido un trabajo espectacular. Ellos felices de contar la historia, y los participantes emocionados de escucharla”, señaló.
Entre los caminantes estuvo el periodista y fotógrafo aficionado Martín Tapia, quien ve en la Fotomaratón un ejercicio íntimo de reconocimiento. El año pasado recorrió los mercados; este año se sumergió en el universo de los vinilos, hallando acetatos antiguos, oficios que resisten y personajes que llevan décadas caminando las calles para restaurarlos.
“Cada edición es distinta. Reconoces la ciudad, sus historias y su ritmo”, dijo. Y cómo no mencionarlo: Discolombia, uno de los diez grandes lugares del mundo para conseguir vinilos, palpita justo en el corazón del Centro.
La Fotomaratón también abrió puertas a quienes llegaban por primera vez. Shariza Villa, estudiante de Educación Básica Primaria, encontró en esta experiencia una excusa para salir del encierro y descubrir la historia y la cultura del Centro. “Me impactó mucho. Disfruté captar momentos hermosos”, contó.
Johanna Olivo, dedicada al transporte escolar, vivió esta edición como una pausa necesaria: “Me pareció muy bonito detenerme a observar la arquitectura, los oficios, ese escenario completo que es el Centro. Casi siempre pasamos corriendo”. Para ella, la experiencia fue tan enriquecedora como terapéutica.
Cuando la tarde fue inclinando su luz sobre los tejados antiguos y el sol comenzó su retirada, ese sol naranja que parece encender de cobre las fachadas del Centro, los más de 800 participantes aguardaron el momento justo en que el día se deshilacha sobre el río. Muchos lo fotografiaron: la huida lenta del sol, la brisa que se cuela entre los callejones como una vieja aliada, el rumor de la ciudad que no calla.
Con la llegada del ocaso, uno a uno empezó a entregar sus imágenes, esas pequeñas historias capturadas en los recorridos del día, con la esperanza íntima y acaso secreta— de haber atrapado la esencia de la vida que late en el Centro: el sonido de los oficios, el bullicio de la gente, el diálogo entre sombras y vitrinas, el pulso de una ciudad que se reconoce en cada lente.

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