El libertador se despojó de su riqueza, era un militar brillante y luchaba contra un potencia extranjera, no era demagogo; ni Chávez, ni Fidel Castro ni mucho menos Gustavo Petro representan esa importante figura de Latinoamérica.
El alto funcionario estadounidense Christopher Landau, subsecretario de Estado, disparó una fuerte advertencia diplomática hacia Colombia al afirmar que el presidente Petro “se autodescribe como un nuevo Bolívar… y obviamente no lo es”. Según Landau, cuando un dirigente basa su popularidad en “una retórica ya muy cansada” que ataca a Estados Unidos, termina conduciendo al país hacia la miseria y no hacia la prosperidad.
El pronunciamiento se produce en un escenario diplomático convulso: la divulgación de una imagen generada por inteligencia artificial en la que aparece Petro vestido con un overol naranja —como si fuera un preso en EE.UU.— generó revuelo en Bogotá y Washington. Durante su rueda de prensa, Landau evitó confirmar o refutar un supuesto documento conocido como la “doctrina Trump para Colombia”, cuyo contenido incluye sanciones para el mandatario colombiano, pero sí defendió la intensificación de la política antidrogas impulsada por la administración Donald Trump, en la que deja atrás la vía judicial y adopta un enfoque militar.
Desde Colombia, el contexto es complejo: la cancillería ya estaba atendiendo la crisis diplomática generada por la imagen y las severas declaraciones de Washington, que suponen una potencial redefinición de la cooperación bilateral en materia de narcotráfico, seguridad y migración.
🔍 ¿Por qué importa?
La declaración de Landau pone en evidencia un serio deterioro en la relación bilateral, con fuertes señales de que EE.UU. cuestiona no solo las políticas de Petro sino también su narrativa política.
La metáfora histórica de Bolívar —referente simbólico de la independencia latinoamericana— es sumamente sensible en Colombia; su invocación por parte del presidente y el rechazo del gobierno estadounidense subrayan el choque simbólico.
Las implicaciones para la agenda compartida —desde la lucha contra el narcotráfico hasta la cooperación en defensa y comercio— podrían experimentar un giro estratégico si la retórica se mantiene.
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